miércoles, 3 de septiembre de 2014

EL TABACO DESDE MI EXPERIENCIA (RECUPERANDO LO PERDIDO)

Así podría describirse la sensación que uno tiene cuando deja definitivamente de fumar. Durante años has ido perdiendo capacidad por los olores y sabores, entre otros. Te vuelves a sentir más activo, vital, enérgico. Eres capaz de correr subiendo las escaleras automáticas y una calle de lado a lado sin agotarte al llegar a la otra parte. Caminas con más agilidad y durante más tiempo sin sentir el cansancio. Percibes los beneficios que en el organismo estás provocando al haber eliminado el gran veneno que es el tabaco, la nicótica y todas las sustancias peligrosas que contiene. Desaparece la pastosidad de la boca, el mal aliento e incluso el tono amarillento en los dedos y dientes. Eres consciente de tu verdadero olor corporal, que el tabaco camuflaba. Y por fin dejas de toser. Esa tos perruna ,como tantos la llamamos por ser tan constante.

Durante un periodo prolongado sientes nauseas cuando fuman a tu lado, y rechazas por completo el estar en lugares donde está contaminado por el humo. La sensación es de repugnancia hacia ese olor nauseabundo que ha formado durante años, parte de tu vida. Empiezas a percibir con mayor intensidad la nueva realidad y la libertad en tu mente, pues ya no estás pendiente del puñetero cigarro que consumías en tu boca, entre tus dedos o apoyado en un cenicero, y envenenaba tus pulmones.

Fui consciente en esos primeros días de lo que padecen los no fumadores junto a los fumadores, e incluso respeté la irritabilidad que tienen algunos ex fumadores cuando prendes un cigarro a su lado. Yo lo dije siempre y lo estoy llevando a cabo: No sería un mal ex fumador, no criticaría a los fumadores, aunque si estaba en mi mano les aconsejaría dejarlo, como había logrado hacer yo, y como estoy haciendo a través de estas entradas. Casualidad, pero hoy exactamente hace 8 meses que lo dejé.

Se abrió ante mí la cruda realidad del estado de mi habitación, paredes, cortinas cristales, todo oliendo a nicotina. Decidí dar un giro total a la habitación y con la ayuda de mi buen amigo Carlos lo logramos. Pintamos paredes y techo, me deshice de las cortinas y fueron sustituidas por un estor, aproveché para eliminar algunos muebles y la lámpara, y aquello que se quedó porque era útil, lo limpié a base de amoniaco y agua caliente.  Mi amigo me miraba y se sonreía. De vez en cuando él o yo hablábamos del estado lamentable que adquiere la estancia de un fumador. Había vivido rodeado de aquella nicotina, además de la que llevaba a mis pulmones con cada calada. ¡QUE INCONSCIENCIA! Cuanta ofuscación provoca un vicio como es éste. Nos merma la vida, contamina nuestro entorno y no hacemos caso a quien nos aconseja, porque el enganche es tal, que estamos atrapados en su red. Quien crea que no es una droga, está equivocado, es una droga de las grandes y además, de las que puede matar.

Desgraciadamente, como sucede a tantos, aquel vicio, el maldito tabaco, había ya tocado una parte de mi organismo. Cuando ya lo había dejado, recibí la mala noticia. Pero os lo cuento la semana que viene.

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